A través de las generaciones, las emociones han sido vistas como manifestaciones negativas de las personas: “los hombres no lloran”, “las mujeres deben ser bien puestas”, “el que piensa pierde”, “el que muestra el hambre no come”, son apenas algunos ejemplos de cómo a través de la palabra, las personas se ven obligadas a restringir esta hermosa y reconfortante expresión, que lejos de ser una piedra en el zapato, se puede consolidar de gran utilidad para el desarrollo personal.
Daniel Goleman no podría expresarlo mejor: “Una visión de la naturaleza humana que pasa por alto el poder de las emociones es totalmente miope.” (Goleman, 2011). Y la miopía, real o metafórica, es la causa de males mayores si no se reconoce que existe y no se trata. En el taller de YOGA Y DESARROLLO HUMANO, el maestro Oliver Contreras nos guió al aprovechamiento de las múltiples ventajas al voltear a mirar nuestras emociones, apreciarlas y agradecer por tenerlas. Manteniendo la conexión con el elemento simbólico y ritual, pude reconocer que el yoga, como estilo de vida, no sólo controla los torbellinos de la mente, sino que al hacerlo, llegamos al autoconocimiento y a mejorar autoestima, a través del camino de la consciencia, pues es el vínculo básico de todas las dimensiones del ser humano.
Puedo decir sin lugar a dudas que este taller no sólo es la cereza que adorna el postre del semestre de Yoga Terapéutico, sino más en profundidad, este taller es el toque secreto que le da sabor. De nada sirve cuidar el cuerpo con la alimentación o con secuencias de asanas, incluso en condiciones especiales (embarazo, niñez, tercera edad, etc.), si desconocemos o queremos ignorar el Yo interior. Desde la secuencia diseñada a partir de la propuesta de Indra Devi, hasta la elaboración de mandalas personales que luego se convirtieron en un mandala colaborativo, y la mirada a través de los ojos del otro, este taller se construyó entre todos, y desde mi experiencia me atrevo a expresar que fue evidente el hecho de que soy el conjunto y el producto de todas mis vivencias (negativas y positivas), de mis pensamientos, ideas, opiniones y sentimientos; que puedo ser mi mayor enemiga o mi mejor amiga. La clave está en—como diría el maestro Adrián Marcelli—poner atención a lo visible e invisible, a lo evidente y a lo no tanto. (Marcelli, 2015)
Este es precisamente otro aprendizaje no sólo de este taller, sino del semestre que termina. El primer paso en el camino a la consciencia es la introspección. De la misma manera que el cuerpo habla sobre el estado de salud física (y emocional en ocasiones), la dimensión emocional nos muestra—como si se viera en un microscopio—lo que no nos deja trascender, por la incapacidad de soltar todos aquellos samskaras, es decir, paradigmas, hábitos adquiridos que nos impide identificar las necesidades fundamentales y el flujo de nuestra propia energía, porque creemos que todos esos ladrillos son un lunar imposible de remover. Por el contrario, y retomando al Maestro Marcelli, el yoga como experiencia profunda, es el camino que permite el encuentro con uno mismo, trascendiendo sus apegos y su ego, para “profundizar en la fuente de sí mismo, en la energía que nos une como individuos, como seres humanos…”. Es decir, el desarrollo humano se trata precisamente, desde mi punto de vista, de la constante observación y atención, no para hacer de las situaciones adversas causa de sufrimiento constante, sino para comprender nuestro ser y crecer. Dicha observación se da respondiendo sencillas preguntas que al mismo tiempo pueden desencadenar respuestas complejas, al menos en principio. Sin embargo, por experiencia puedo decir que es un ritual interesante y necesario. Por otra parte, el Ashtanga Yoga facilita sin duda alguna dicho reconocimiento.
En suma, el yoga terapéutico no es un manual de recetas para mejorar la vida. El hábito sin convicción carece de sentido y por lo tanto se abandonará inevitablemente; es a partir de la creencia honesta que el cambio de hábito nace, de la misma manera que el yoga no son sólo posturas, sino el conjunto de elementos que incluyen además el Ekagrata (concentración) y el Pranayama (respiración) y que llevan al Ser a su trascendencia, producto de la consciencia y el equilibrio.
REFERENCIAS
DURÁN, I. (2011). EL Ego. Miami: PRANA
GOLEMAN, D. (2011) Inteligencia Emocional. México: ZETA
MARCELLI, A. (2015) Yoga y Desarrollo Humano. México: ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE YOGA Y YOGHISMO – SOLAR FUNDACIÓN CULTURAL.
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