Cuando inicié mi experiencia del yoga, por allá en 1985, pronto me di cuenta que para mi no se trataba de un cursillo temporal, se trataba de algo poderoso e inexplicable, una vía para adentrarme en mi mismo y que luego se reflejaba de manera contundente en mi experiencia diaria, esto era para mí, o mejor ya era parte de mí.
Pronto, mis hábitos fueron transformados de una manera que aún no puedo explicar cómo sucedió. Un día ya no me interesó fumar, otro día supe con certeza que ya era vegetariano y que no tenía ningún interés en consumir nada que hiciera daño a mi organismo. Había establecido una comunicación con mi cuerpo físico y atendía lo obvio de su naturaleza, simplemente eso, no había lucha ni tropiezo, simplemente las cosas fluían.
De inmediato, mi entorno familiar y de amigos también se sacudió, sin proponérmelo y sin hacer alarde de nada, vi cómo mis cambios eran un factor determinante en mis relaciones. Aparecieron nuevos amigos y una “nueva” familia. Lo veía en mi mundo físico y en mis emociones, pero estos cambios ya habían ocurrido en lo profundo de mi mente, era una decisión tomada, quisiera o no.
Todo cambió conmigo, mi cuerpo era ahora un vehículo altamente mejorado para interactuar con el mundo, había abierto canales de comunicación interna que me permitían percibir de manera más fina a través de mis sentidos, explorar maneras alternativas para lidiar con mis estados emocionales agudos y por sobre todo pensaba diferente, aprendí a ver el mundo desde otra perspectiva.
Pronto me hice instructor de yoga, se dice que “el que enseña aprende dos veces”, durante todos estos años he impartido cientos de clases a miles de alumnos, mientras pensaba que enseñaba, en realidad era yo quien aprendía. Pude acercarme al alma de las personas y ver en ella el reflejo de la mía, que sólo quería curarse de tanto sufrimiento agazapado y resistente, un viejo miedo anquilosado, una vergüenza repudiada y muchos dolores de espalda, de cuello y de rodillas, corazones rotos y ojos tristes, rostros secos y ajados por la tristeza de muchos años mal llevados…
Sólo tenía para ofrecer una clase de yoga, que siempre prometía desde el corazón una sonrisa. También me fueron devueltas muchas gracias, es una alegría propia la alegría de los demás. Luego de algunas pausas para comulgar conmigo mismo, para adentrarme en mi bosque y luego subir a la montaña de la luz, comprendí que había algo más.
No vale quejarse porque las cosas sean de la manera en que son
Comprendí, que las decisiones que nos llevan por los caminos correctos, vienen de una fuente que no es precisamente el intelecto humano, el cual, por ser ignorante de su natural soberbia, no las acepta con humildad serena, tampoco acepta que nadie tiene la culpa de nada, pues sólo yo puedo ser el maestro y creador de los sueños que quiero soñar, entonces, esa humildad radica en aceptar mi grandeza, es decir mi verdad.
No se trata de cuantos maestros, cuantos cursos hayas tenido o cuantos estilos de yoga puedas manejar, el yoga es una experiencia trascendental, más allá de lo relativo del tiempo y del espacio del mundo humano y todas sus formas externas de evaluar.
La experiencia del yoga, de unidad, es invaluable en los términos corrientes por lo que sólo tiene significado real para quien la vive, como sólo puede tener significado único la experiencia del primer amor.
De hecho la técnica es importante, mientras la aprendes, luego ya no ofreces una técnica, sino tal como un músico maestro, ofreces una sinfonía, una danza cálida de ayuda, que puede transformar vidas. Debo agregar, que una técnica toma vida cuando alguien la ejecuta, por sí misma es vacía, que no se convierta en un fin sino un medio.
Es necesaria una continua y persistente práctica acompañada de una permanente auto-observación de la cotidianidad, en la que de manera a veces sorpresiva, como suele suceder con las primeras clases, veremos efectos importantes, pero también a largo plazo de manera profunda se van gestando cambios internos y duraderos.
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