Ser profesor de yoga me permitió reconocer que sólo podría dar a otros aquello que ya hubiera aceptado para mi.
Inicialmente, podría demostrar y ofrecer mis alcances técnicos, motivar a mis alumnos para que pudieran ir más allá de su círculo conocido y reconocer sus habilidades físicas. En este campo, hay mucho que dar y aprender, de hecho, muchas personas son atraídas y se motivan a la práctica del yoga por la promesa de alcanzar un cuerpo bello, fuerte, flexible y saludable.
Pero en mi experiencia personal, había algo más, al finalizar mis sesiones de yoga, observaba un cambio sustancial, no sólo experimentaba una sensación de bienestar físico, pues dependiendo de cuánto me había entregado al ejercicio de retrotraer mi energía mental hacia mi interior, mi sensación de bienestar físico se correspondía además, emocionalmente, con una calma y una alegría simple y profunda, que disfrutaba y trataba de alargar en un espacio mental silencioso y pacífico. Tratar de ocupar mi mente con pensamientos e ideas en los términos corrientes, se me hacía superfluo y me daba cuenta que si me entregaba a esa manera de pensar, era retornar a un estado del que felizmente había salido con mi práctica de yoga. ¿Era esto la experiencia del despertar o iluminación?
Durante años, supuse que había algo más que alcanzar, ya que en los círculos espirituales se enfatiza mucho que esa consciencia o iluminación, es un atributo de personas que «tienen» algo especial, un don único, y a quien merecidamente se le llama maestro, pues ha entregado muchos años de su vida para alcanzar ese estado de gracia, conocido en los términos del yoga como la experiencia del Samhadi.
Seguí fiel a mi práctica, y pasé mucho tiempo esperando ese «despertar», ese apoteósico momento en el que «alcanzaría» mi iluminación. En el proceso, mi mente se abrió a investigar, comencé a escuchar desde diferentes fuentes lo que esencialmente era una sola idea, comprendí algo fundamental: La iluminación no es algo que esté afuera, no es algo que se deba «obtener» por lo tanto, se encuentra solamente en mí mismo, en la experiencia de contacto con mi mundo interior.
Me di cuenta que había estado experimentando momentos de iluminación sin tener plena consciencia de lo que era, pues desde un principio mis estados de bienestar, alegría y paz en ese mar de silencio, eran la luz que había buscando durante años. Tuve claridad para entender que en verdad, lo que necesitaba era esforzarme e insistir en la consciencia de esa iluminación, extender y mantener esa experiencia hasta donde me fuera posible a lo largo del día. Acepté que la experiencia de lo espiritual podría ser vivida en lo cotidiano y no como un estado que se alcanzaba transitoriamente con una práctica aislada de yoga o meditación. Podría aprender.
Sin ir en demérito del esfuerzo sostenido que un practicante de yoga debe realizar, hasta que su práctica le sea natural y necesaria, como es necesario el respirar o dormir, es un hecho que alguna vez todos los seres humanos hemos tenido alguna experiencia de iluminación por breve que haya sido, todos nos hemos sentido plenos en algún momento, en serenidad, con certeza y claridad de aceptar y experimentar compasión, amor, alegría… incluso sin proponérnoslo como búsqueda de una experiencia trascendental. En esos instantes, es como si nuestra mente se liberara de la carga que llevamos al pretender entender y juzgarlo todo, para abrir un espacio en libertad para sentir, para aceptar lo simple y llana que es la vida. Esta paradoja, la conocemos popularmente como pensar con la mente o pensar con el corazón.
Un buscador espiritual, que deliberadamente quiera trascender lo ordinario de su manera de pensar, que desee traspasar la densa capa de ideas que lo limitan, puede que inicialmente necesite tomar con disciplina ciertas prácticas como la meditación para intensificar su atención y consciencia de ese espacio interior de luminosidad, para primero comprenderlo en su verdadero sentido y para luego apropiarlo y convertirlo en su habitual experiencia. Ese proceso lo llevará idefectiblemente a darse cuenta de que aquello, siempre ha estado y siempre estará, inmutable y silencioso en su interior, al final, lo reconocerá como su verdadera naturaleza a la cual tendrá que honrar y felizmente rendirse.
En esencia todos queremos paz, serenidad, salud… en medio de un mundo que se debate en lo ilusorio, lo pasajero e impermanente, en el que la lucha, el miedo, la enfermedad y la muerte asechan en todo momento. Podría afirmar que la única necesidad real y que es inherente a todo ser humano, es la de trascender este mundo, que en ultima instancia es un paquete de ideas, un paradigma mental que debe transformarse desde el interior de cada uno.
Como profesor de yoga, es esencial aceptar ese poder de iluminación que siempre ha estado ahí, es necesario cultivarlo, experimentarlo, vivirlo… de esta manera trascender el círculo del profesor técnico, e ir más allá de intentar enseñar simplemente métodos y procedimientos para realizar posturas, respiración o meditación. Las técnicas dejarán de ser un fin y las utilizaremos como lo que son: un medio, para promover desde nuestra propia consciencia, la iluminación propia y la de nuestros alumnos.
El yoga es más que un conjunto de ejercicios para estirar, fortalecer o recomponer cuerpos, es un estado de consciencia, de unidad plena que se experimenta desde ese espacio interior ilimitado, en el que la mente se calma y se silencia y se refleja en una paz y alegría sencilla en lo emocional, así como bienestar y salud en el cuerpo físico.
El yoga es real, es integral y completo.
Leave a Reply