¿Con qué frecuencia te detienes a observar el camino que estás caminando?
La mayoría de las personas vive una vida dedicada al sufrimiento. Aunque cueste aceptarlo, hay una tendencia generalizada hacia la autodestrucción, es simple observarlo en las personas que conoces, con las que te cruzas día a día, con tus familiares y también contigo mismo.
Una sencilla verificación, es que la comida chatarra alta en azúcar y harinas refinadas, grasas saturadas y demás químicos insalubres, constituye la alimentación de millones de personas en el mundo, y si las personas saben esto, ¿por qué diariamente consumen estos venenos? De sobra se sabe que es mejor consumir agua pura y respirar aire fresco, no obstante la mayoría prefiere beber gaseosas y millones continúan fumando.
Muchos comentan cómo el cáncer, la obesidad y las enfermedades cardiovasculares están tan cerca de su entorno y aún así, la mayoría no tiene el valor para cambiar sus hábitos. ¿Por qué? Cuántas veces has afirmado mentalmente: “Esto nunca me puede pasar a mi…”
Al parecer muchas personas que han estado en los límites del sufrimiento, sí encuentran razones suficientes para cambiar. Sufrimiento que viene no sólo por vía del cuerpo, al perder el estado saludable, sino por vías más sutiles que se reflejan en estados emocionales depresivos y dañinos como la tristeza, la ira, el odio…
La enfermedad física y psicológica acompañada de una gran dosis de sufrimiento es un efecto de una acumulación de malas decisiones, sin embargo, el cuadro es más complejo cuando intentamos curar al nivel de los efectos y no de las causas.
Intentar mejorar desde los efectos es un absurdo, la curación real no ocurre mediante el consumo de medicamentos y violencia psicológica, esto es aumentar el daño a un nivel mayor de complicación.
De hecho, la causa esencial de un desorden físico y psicológico en una persona, es su mente desordenada, ajena a sus reales necesidades, incoherente y descontrolada, orientada al exterior, que evita la mayoría del tiempo el contacto con la sabiduría interior.
Por lo tanto, el principio de la curación genuina, es aceptar que ésta se encuentra en el campo de la mente, al abrir el vínculo con la verdad interior. Para esto, es que la meditación ha sido por miles de años la vía idónea. La meditación te abre al amor y elimina el miedo que te tienes a ti mismo, te abre a la inteligencia que crea permanentemente la vida y no a la estupidez generalizada que intenta destruirla a cada paso.
La meditación no es una práctica para escaparte de la realidad, si no para aceptar tu verdad, tu verdadero poder que está detrás de una capa de necesidades irreales como la necesidad equivocada que tiene gran parte de la población los viernes en la noche, de consumir alcohol. La meditación te conecta con la vida, el alcohol con la muerte.
Practicar meditación es ejercer una fina acción para ordenar tu mente, el principio de una meditación correcta radica en aprender a evitar la ráfaga de pensamientos incontrolados, que por naturaleza tiene la mente humana para acceder a una experiencia de silencio y paz interior. Es verdaderamente simple, aquieta tu mente, relaja tu sentimiento, abre tu experiencia al amor y la salud física es un hecho.
Esta conexión de la mente con la fuente interior provee una calidad diferente a tu vida. Los cambios que necesites realizar (por ejemplo bajar de peso, implica cambios para mejorar tu alimentación e iniciar una práctica regular de ejercicio), se realizan sin esfuerzo porque están conectados con tu conciencia, que es la que te dice lo que realmente necesitas y no lo que tu caprichosa mente desea, pues la mayoría de esos deseos provienen de otras fuentes ajenas, como las mentes de los banqueros, los políticos y los fabricantes de helados, licores y gaseosas.
Cuando hablamos de conciencia, nos referimos a esa capacidad para tomar decisiones que te satisfacen, decisiones serenas que provienen de tu interior. Decisiones propias y no de otros.
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