Vivimos un momento especial para ejercer nuestra libertad, para «ser uno mismo». El avance tecnológico y la masiva participación en las redes sociales, ha ido propiciando nuevas maneras de pensar, somos menos rebaño, menos susceptibles de ser manejados, hemos ido tomando consciencia de que cada vez es menos fácil engañar y ser engañados, la autenticidad, por naturaleza es cada vez más valorada.
Toda la información que hoy está en nuestras manos a través de Internet, dejó de ser propiedad de algunos y ahora tenemos la posibilidad de elegir aceptarla o rechazarla. Estamos dejando de ser propiedad de países, partidos políticos, religiones, clubes, familias… para convertirnos en seres con autonomía para elegir, hoy tenemos pocas excusas para justificarnos, estamos ante una posibilidad clara de poder hacer uso de nuestra libertad.
En este ámbito, la espiritualidad, como una experiencia que trasciende el mundo ordinario, es una opción que podemos tomar con consciencia, en especial cuando nos damos cuenta que ciertas prácticas como la meditación, la oración, la compasión, el servicio… pueden ser orientadas en libertad, exentas de prejuicios y condicionamientos.
TODO SER HUMANO TIENE UNA NECESIDAD PRIMORDIAL
Ser, ser quien es realmente, ser y sentirse pleno y en libertad, porque Ser, es ser coherente con su naturaleza real que proviene de su propia y única inteligencia, de su fuente interna, la cual es genuina, confiable y lo favorece, le da seguridad, autonomía, alegría, salud y bienestar… Ser, lo reconcilia con la vida, a diferencia de ser «esto» o «aquello» dictado por la costumbre, la tradición, la cultura, la familia, la educación… que configura parámetros, modelos, estereotipos o imágenes artificiales que no encajan con las necesidades reales del individuo, es decir con quien realmente es.
Las sociedades humanas, con todo su andamiaje cultural, familiar, educativo, político, religioso… han sido diseñadas para desviar, desde que nacemos nuestra atención, de nuestro centro esencial a la periferia, de la verdad inherente en cada uno, a lo aparente e inestable de las cosas, del instante que es nuestra única y real experiencia en el tiempo, al futuro o al pasado, tiempos que sólo existen como un sueño o una fantasía.
Siendo niños, somos orientados a encontrar significado, identidad y valor en las formas, en las «cosas» y por lo tanto la educación a través de los años, se centra en configurar estereotipos mentales dirigidos a su consecución y atesoramiento.
«NECESIDADES QUE NO NECESITAMOS»
Se nos entrena para evitar ver que este mundo de «cosas» es efímero, que las formas que lo sustentan en esencia nunca nos pueden satisfacer plenamente ya que pronto estas cosas pierden vigencia e inevitablemente desaparecen. La mayoría de las personas crea proyectos y metas que al final son espejismos de continua desilusión e insatisfacción, ya que su impermanencia e inestabilidad, causa angustia y deseo de que sean reemplazadas por otras nuevas, sin embargo, como en un juego perverso y sin fin, las personas se ven impelidas y vuelven siempre a perseguir y desear otras «cosas» a crear más proyectos, todavía más grandes y ambiciosos, entregando toda su energía, ponen en riesgo su salud, llegando a luchar a muerte y sin escrúpulos para eliminar competidores y alcanzar posesiones y metas, al final volátiles y sin sentido. En este contexto, la ambición humana, como una enfermedad, crece sin fin, sin límites…
Es un hecho, que una parte de nuestra experiencia se nutre del contacto con las cosas, con las formas de la naturaleza y aquellas creadas por el ser humano, es un hecho que tenemos un cuerpo físico, una forma que equipada con sus órganos de los sentidos, nos permite gozar el contacto, disfrutar la sensación. No hay error en permitirnos gozar de ellas, son un regalo de la vida y nos han sido dadas las facultades para saborear, ver, tocar, oler, escuchar… sin embargo, hay un sutil límite en el que perdemos el equilibrio y aquello que nos atrae y seduce se convierte en un factor dañino.
En algún momento de la vida perdemos el contacto con la fuente del pensamiento interno y nos confundimos, nos centramos y atendemos exclusivamente el mundo formal externo, aquí surge una brecha al convertir la experiencia sensorial como única finalidad de la vida.
El punto en el que alguien desvía su atención del sí mismo, y se identifica y orienta su vida exclusivamente alrededor de la percepción sensorial, corta el contacto con su Ser, se convierte en un inconsciente de su propio poder al participar de una construcción colectiva inconsciente que cree y da valor a todo aquello que simplemente es «perceptible». Este paradigma mental refleja un mundo en desequilibrio, desigualdad, destrucción, pobreza y hambre… por ende, se convierte en un campo de constante lucha, entre personas, familias, grupos, religiones, empresas y países con la muerte en permanente asechanza, un mundo en el que los peores males como la guerra, la enfermedad, el narcotráfico o la prostitución son grandes negocios, en los que se participa sin darse cuenta, presa de ideas que lo mueven para luchar y sostener el estado actual.
LA CONSCIENCIA, UN GIRO DE VOLUNTAD
Pareciera inevitable que todos los seres humanos tengamos que sufrir esta experiencia, vivir encarcelados por nuestra propia ignorancia de quiénes somos en verdad. Pero esta aparente y falsa realidad no es suficiente para ocultar ese punto de luz, la consciencia, de la que alguna vez hemos sido testigos, y que anida en nuestro interior, es la Consciencia que nos puede re-conectar con la Claridad.
Esa es la tarea del héroe en toda saga, en toda historia de esperanza, dirigir su energía para alcanzar algo más que una vida miserable y sin sentido, para tener la experiencia de una vida en libertad y en plenitud. Un camino, un destino que algunos valientes han tomado y que luego los llamamos maestros, aquellos grandes y universales, que recorrieron paso a paso esa búsqueda hasta unir su inteligencia con la Inteligencia que lo crea todo, la Vida, más allá de la dualidad del nacimiento y de la muerte. Llamamos a esos maestros, Maestros Espirituales, algunos de ellos han sido inspiración para organizar grandes organizaciones, incluso religiones alrededor de su enseñanza.
Aquí, es necesario hacer una pausa, se ha extendido la creencia que la espiritualidad se encuentra en las religiones, una creencia que distorsiona el ser espiritual, ser religioso no necesariamente es ser espiritual, tampoco ser espiritual nos liga a una religión. La historia nos ha mostrado cómo la mayoría de estas organizaciones han obscurecido el mensaje de los maestros que les dieron razón de existir.
Los maestros, los iluminados que han sabido reconocer su Esencia y re-conectar su vida con su Ser, siempre han dejado un mensaje para la humanidad, ese mensaje es siempre el mismo, aunque los períodos y lugares históricos en que hayan estado, sean muy diferentes. Necesitamos tener claro que los maestros son guías, son puntos de referencia, son claves necesarias, ciertamente no son un fin, como puede parecer ante la devoción y adoración religiosa de la que pueden ser objeto.
Por lo tanto, el camino hacia el centro de cada uno, sólo puede ser caminado por cada quien; a cada ser humano le corresponde tomar esa decisión de encontrar y caminar su propio camino. Mi camino es mi voluntad, nadie más lo puede caminar, el tuyo, sólo tú mismo. Este es el principio de la libertad, que encarna asimismo una gran responsabilidad sobre sí mismo, sobre lo que se piensa y lo que se actúa, como creación consciente de la vida.
Quien insiste en distraerse de su verdad y no toma su propio camino seguirá fracasando infinitamente, seguirá sufriendo las consecuencias de estar perdido y perseguir fantasías pasajeras. Quien se compromete para reconciliarse con su verdad perdida, encuentra el único y real propósito de su vida que lo inspira desde su corazón, en su caminar, encontrará siempre una pista, una clave que le muestre la única dirección hacia Sí Mismo.
Hoy se habla mucho de calidad de vida, de bienestar, de salud, de aprovechar oportunidades para la realización, etc. incluso se ha investigado en las necesidades que un ser humano necesita satisfacer y el concepto de «desarrollo humano» se ha convertido en un índice para medir la calidad de vida de grupos, etnias, países, ciudades… sin embargo, a través de la experiencia, esos parámetros van dejando claridad en que no basta con satisfacer las necesidades físicas, emocionales e incluso mentales, ya que en esencia el ser humano busca una realización profunda, que responda a sus ancestrales preguntas: ¿Quién Soy… hacia dónde me dirijo?
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